Cuando encender la luz, abrir una canilla y prender una estufa vuelvan a ser gestos cotidianos y no un viaje hacia el territorio de la incertidumbre. Cuando la bicicleta sea otra vez un medio de desplazamiento físico y no un sillón para burócratas o el modo de reproducir billetes. Cuando una carrera científica no termine más en un tacho de basura o en un mullido laboratorio anglosajón. Cuando una jubilada salga de la farmacia con su medicamento y no con una arruga más en la frente. Cuando una mujer pobre pueda abortar de manera legal, segura y gratuita en un hospital público y no en la carnicería del barrio, escondida y entre ratas, moscas y avergonzada. Cuando un decreto vuelva a ser una invitación al festejo y no un misil a la línea de flotación de los humildes. Cuando ingresar a la escuela pública sea un ascenso y no una caída. Cuando el trabajo sea un organizador de la vida familiar y no una utopía perdida. Cuando el ombligo recupere su condición de cicatriz del ori